viernes, 16 de mayo de 2008

Para empezar, una idea: la cuestión fundamental de la discapacidad es la discomunicación

Los psicólogos saben muy bien que una de las circunstancias agravantes de la depresión es la renuncia por parte del paciente a comunicarse con sus congéneres; lo que suele producir en ellos un mayor aislamiento y desconfianza creciente, y en algunos casos violencia contra sí mismos o contra los demás. Es bien lógico: en ese estado los escasos procesos comunicativos son frecuentemente malinterpretados, y no sólo por el depresivo, sino también por los que le rodean, lo que puede llevar a un círculo vicioso en el que la comunicación es cada vez más difícil y, en consecuencia, también lo es la curación. Los psicólogos llaman "discomunicación" a esa circunstancia.

Podemos tomar ese término de forma mucho más fuerte y darle un sentido más trascendente y general. Podemos llamar "discomunicación" a cualquier situación personal o social, en la que la comunicación no es posible o se encuentra con grandes problemas para desarrollarse plenamente. Y no hablo de dificultades lingüísticas, sino de barreras psicológicas o sociológicas, que en este campo, como no puede ser de otro modo, caminan de la mano. Me refiero a barreras intra e interpersonales relacionadas con los conceptos construidos de uno mismo y de los demás, con prejuicios y estereotipos, con estigmas y exclusiones.

Así entendida, la "discomunicación" afectaría a personas de toda índole, entre las cuales, por alguna razón, es imposible o muy complicada la comunicación. Y también, obviamente, a las llamadas "personas con discapacidad". Pero no únicamente, ni principalmente, porque estas personas carezcan del sentido de la vista, o del oído, ni por sus dificultades motrices o intelectuales, sino precisamente porque a partir de ellas, encuentran barreras enormes al desarrollo pleno de la comunicación con otras personas y consigo mismas.

Es innegable que las personas con discapacidad sufren grandes dificultades físicas, sensoriales y médicas. Y que todos debemos todos por ayudar a paliarlas o eliminarlas. Pero también lo es que precisamente ese esfuerzo da sus frutos casi a diario. Hasta el punto de que algunos empiezan a hablar ya de "superdiscapacitados": personas cuya solución a una discapacidad les ha llevado a adquirir condicones físicas excepcionales, superiores a lo normal. Queda mucho por hacer, pero parece que estamos en el camino adecuado en este ámbito.

Sin embargo, salvo los encomiables esfuerzos de una cierta psicología, permanece casi inexplorado el terreno a mi parecer más importante: el comunicativo. Y digo el más importante porque, como sabemos desde las aportaciones de la Escuela de Chicago y del interaccionismo simbólico, está en la base de dos campos o problemas teóricos cruciales: la formación de la persona como ente autónomo y la previa o consecuente, y en todo caso correlativa, construcción de la sociedad misma. Dos campos entrelazados entre sí por cuanto no es posible la concepción adecuada de la persona sin una comunicación en buenas condiciones con la sociedad, al tiempo que no es concebible una buena sociedad sin la integración plena de sus miembros.

Dicho brevemente, y para concluir, al menos de momento: considero que la discomunicación, entendida como el conjunto de barreras de comunicación derivadas de la existencia de una discapacidad, es el problema fundamental en el que deberíamos centrarnos si queremos garantizar la formación adecuada de las personas que la padecen y si perseguimos la construcción de sociedades plenamente humanas. Dos objetivos, por cierto, inseparables entre sí.

miércoles, 30 de abril de 2008

Antes que nada, un homenaje

Permitidme que, antes de empezar este blog, rinda un pequeño homenaje a la persona que, probablemente, más ha influido en el hecho de que me interese por la relación teórica y vivencial entre la comunicación social y la discapacidad, o mejor, entre las personas con discapacidad y la comunicación como solución a las dificultades de todo tipo que la discapacidad conlleva.

Me refiero a Concha Aldomar, cuya muerte nos sorprendió hace un par de meses. Ella fue el Alma mater del Seminario de Medios de Comunicación sin Barreras, que viene celebrándose en la Universidad CEU Cardenal Herrera desde 1997 y también quien consiguió convencerme de que reflexionar y trabajar en la relación entre la discapacidad y la comunicación es una tarea necesaria y útil, así como una ineludible respnsabilidad.

Espero que este blog contribuya a continuar con la tarea que ella inició en este ámbito, y que esté a la altura de sus deseos.

Os reproduzco el artículo que redacté para mostrar mi admiración por su ejemplo y la enorme deuda que tengo con ella (publicado en Las Provincias 19/2/08).

"El ejemplo de Concha Aldomar

A veces está justificado hablar “en público” de personas relativamente anónimas que nos abandonan y que son, sin que la gente lo sepa, relevantes, importantes para nosotros como sociedad, como comunidad humana. Es el caso, sin duda, de Concha Aldomar, esa mujer extraordinaria que fue durante muchos años jefa del Servicio de Accesibilidad y Eliminación de Barreras de la Generalitat, y cuya muerte nos acaba de sorprender a todos.

La conocí hace algo más de diez años, cuando el entonces Jefe de Estudios de Periodismo del CEU, Pedro Ortiz, actual director de este diario, me encargó que participara en la organización de un seminario que la Conselleria de Bienestar Social quería desarrollar para sensibilizar a los futuros comunicadores de lo importante que es luchar contra las barreras arquitectónicas. Era un proyecto de Concha, que sabía de la trascendencia que los medios tienen en la construcción de la realidad.

He de confesar que fui a las primeras reuniones con escepticismo, o como ella decía, con el morro torcido. Pero Concha era una de esas personas que te sorprenden desde el principio por su determinación, por ese entusiasmo, paradójicamente circunspecto, que otorga una extensa e intensa experiencia sumada a una personalidad desbordante. Sencillamente, ciertas cosas debían hacerse, y no le importaban nunca los impedimentos o las dificultades, que suplía siempre con el trabajo continuado y meticuloso, el propio de los construyen lo grande desde lo más pequeño.

Así que no pude hacer otra cosa que dejarme llevar por aquella arrolladora determinación. Aquel seminario es hoy un foro anual consolidado y creciente sobre discapacidad y comunicación. Pero continua respondiendo al objetivo inicial. Concha lo inauguraba siempre diciéndoles a los alumnos que no es un seminario como los demás, que cuando lo hubieran terminado ya no serían los mismos, que les cambiaría la vida porque verían cosas que antes no veían.

Y eso mismo se puede decir de Concha: ella cambió nuestras vidas porque nos hizo fijarnos en lo que nunca antes nos habíamos planteado. Esa fue su aportación fundamental: trabajó incansablemente para que ciertas obviedades se convirtieran en la guía de nuestro comportamiento: que nuestras ciudades y edificios, por ejemplo, no sean inaccesibles para nadie, que las personas sordas puedan seguir un telediario o que las páginas de Internet no sean ilegibles para las personas ciegas. O sea, que todos podamos acceder a la vida sin barreras absurdas.

Creo que las personas con discapacidad le debemos mucho, porque, sencillamente, nos ayudó a creer en nosotros mismos, sin paliativos. Nos transmitió que no vale rendirse, que todo cuanto queremos está a nuestro alcance si lo perseguimos con trabajo y esfuerzo diario y continuado, que en la lucha incansable y en la autoconfianza está el éxito.

Dije en la última edición de nuestro seminario, cuando tuve el honor de presentarla a los alumnos, que Concha era una de esas personas a las que hay que agradecerles que sean para nosotros un ejemplo. Mi deseo ahora es que estemos a la altura de su esfuerzo, de esa lucha callada e incansable suya para que las cosas obvias fueran, sencillamente, reales. Confío en conseguirlo siguiendo su estela."